El Último Cromo
albumes de estampas de los años 70
En un pequeño y polvoriento pueblo de la España de los años 70, el sol brillaba con una calidez dorada sobre las calles adoquinadas y los niños corrían libres, sus risas llenando el aire como una melodía sin fin. En este rincón del mundo, vivía Lucas, un niño de 10 años con una pasión desbordante que lo distinguía de los demás: coleccionar cromos de fútbol. Para Lucas, su álbum de cromos no era simplemente un cuaderno lleno de imágenes de jugadores, era una misión, un tesoro, una fuente de ilusión diaria. Cada nuevo cromo que obtenía lo acercaba un paso más a su objetivo final: completar la colección entera.
El álbum de Lucas era su posesión más preciada. La portada, ahora desgastada y con esquinas dobladas, era testigo de las muchas veces que había sido abierto y cerrado con emoción y ansiedad. Cada página contenía no solo imágenes de futbolistas, sino también recuerdos de tardes enteras dedicadas a intercambiar cromos con sus amigos, el corazón acelerado con la esperanza de obtener ese cromo raro que le faltaba.
Entre todos sus amigos, David era su compañero más cercano. Juntos, Lucas y David compartían la pasión por los cromos. Cada sábado, corrían al quiosco del barrio, su paga en el bolsillo, para comprar sobres llenos de promesas. Luego, en el parque, abrían los sobres con manos temblorosas, examinando con ansias el contenido, esperando encontrar al jugador que les faltaba. Cuando se encontraban con duplicados, reían y los intercambiaban, felices de tener algo más que compartir. No solo coleccionaban cromos, también coleccionaban sueños: el sueño de completar sus álbumes, de asistir algún día a un gran partido, de vivir el fútbol no solo en las páginas de un álbum, sino en la vida real.
Pero la vida, con su extraña forma de mezclar alegría y tristeza, pronto separó a los dos amigos. Un día, David le dio a Lucas la noticia de que su familia se mudaba a otra ciudad. La noticia cayó como un jarro de agua fría. Aunque prometieron mantenerse en contacto, ambos sabían que algo iba a cambiar. El día de la mudanza, se despidieron con abrazos y la promesa de que algún día volverían a intercambiar cromos juntos.
Con la partida de David, la vida de Lucas cambió. La emoción de coleccionar cromos ya no era la misma sin su amigo. El álbum, una vez revisado diariamente, fue poco a poco relegado al fondo de un cajón, junto con otros recuerdos de su infancia. A medida que los años pasaban, Lucas creció. La vida lo llevó por otros caminos: terminó el colegio, conoció el amor, se casó y tuvo hijos. El álbum quedó olvidado, un relicario de una época que parecía cada vez más lejana.
Sin embargo, el paso del tiempo no borró por completo la chispa de aquellos días. De vez en cuando, cuando Lucas pasaba frente a una tienda de coleccionismo o veía a un niño intercambiando cromos, una ola de nostalgia lo inundaba. Recordaba los días soleados con David, las tardes interminables hablando de fútbol y sueños, y el álbum que quedó incompleto.
Fue en una tarde de invierno, años después, cuando el pasado decidió hacer una visita inesperada. Mientras ordenaba el ático de su casa, Lucas descubrió una caja vieja y polvorienta. Dentro, entre juguetes olvidados y fotografías descoloridas, encontró su viejo álbum de cromos. El corazón de Lucas dio un vuelco. Con manos temblorosas, abrió el álbum. Las páginas, ahora amarillentas por el tiempo, estaban llenas de recuerdos. Allí estaban sus cromos: algunos desgastados, otros doblados, pero todos ellos imbuidos de una magia especial.
Pasó página tras página, reviviendo cada momento, hasta que llegó al último espacio vacío. Faltaba solo un cromo para completar la colección: el portero del equipo rival, uno de los cromos más difíciles de conseguir en su época. Lucas suspiró. Sabía que, después de tantos años, encontrar ese cromo sería como buscar una aguja en un pajar. Pero una parte de él, la misma que había llenado de sueños su infancia, no estaba lista para rendirse.
Impulsado por la nostalgia y un renovado sentido de propósito, Lucas decidió intentar completar su álbum. En lugar de sentirse ridículo, se sintió lleno de energía, como si el niño de 10 años que fue una vez estuviera reviviendo dentro de él. Empezó a buscar en internet, en foros de coleccionistas y en mercados de antigüedades. Encontró gente que compartía su pasión, que entendía lo que significaba ese último cromo, pero su búsqueda fue infructuosa. Meses pasaron sin resultados, pero Lucas no se desanimó.
Un día, durante una caminata por un mercadillo en la ciudad, algo llamó su atención. Entre montones de revistas viejas, juguetes y discos de vinilo, algo brilló tenuemente. Era un cromo. Con el corazón acelerado, Lucas se acercó y lo tomó entre sus manos. ¡Era el cromo que le faltaba! El portero del equipo rival, la pieza final del rompecabezas que había empezado décadas atrás. No lo podía creer.
Con una mezcla de incredulidad y emoción, Lucas compró el cromo y regresó a casa. Al llegar, subió al ático, sacó su viejo álbum y con manos cuidadosas, colocó el cromo en su lugar correspondiente. Por fin, después de todos esos años, su colección estaba completa. Mientras cerraba el álbum, una oleada de satisfacción y paz lo envolvió. No era solo un álbum de cromos. Era un símbolo de su niñez, de su amistad con David, y de la perseverancia en seguir adelante, incluso cuando el tiempo parece haber pasado.
Esa noche, Lucas se sentó con su álbum en las manos. Miró cada cromo con cariño, no solo como imágenes de jugadores de fútbol, sino como pedazos de una infancia feliz. Recordó a David, y aunque hacía años que no hablaban, sentía que su amistad seguía viva en ese álbum. Decidió buscar a su viejo amigo, quizás para compartir con él la noticia de que, al final, había completado la colección que habían comenzado juntos.
Los días pasaron y, gracias a las maravillas de las redes sociales, Lucas logró ponerse en contacto con David. Se enviaron mensajes cargados de recuerdos, bromas y promesas de verse en persona. Finalmente, después de tanto tiempo, los dos amigos se reencontraron en un café de su antigua ciudad. Entre risas y anécdotas, Lucas sacó el álbum. David, con los ojos brillantes de emoción, lo hojeó y se detuvo en el último cromo.
—No puedo creer que lo hayas conseguido —dijo David, mirando a su viejo amigo con una mezcla de asombro y gratitud.
Lucas sonrió.
—Al final, algunas cosas valen la pena esperar —respondió.
Y así, el álbum de cromos, completado después de tantos años, no solo se convirtió en un testimonio de perseverancia y pasión, sino también en un recordatorio de la fuerza de la amistad, esa que ni el tiempo ni la distancia pueden borrar. Aunque la vida sigue avanzando, hay momentos y recuerdos que permanecen, y Lucas, con su álbum completo, sabía que había recuperado una parte de su corazón que nunca había dejado atrás.
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